martes, 5 de junio de 2007

La interpretación de las palabras.

Cuán difícil se hace muchas veces representar una idea forjada en tu mente en un texto. Ya no es sólo eso, sino que si, además, es necesario que otra persona entienda la idea que has querido representar escrita en un folio, hay muchas más posibilidades de que esa idea sea malentendida. De hecho es más fácil que no entiendan o malinterpreten el concepto que has querido plasmar en ese trozo de papel.

Esto pasa por dos motivos, en primer lugar y más lógico es que un texto escrito carece de lenguaje gestual y los tonos, las pausas, el ritmo y el volumen de voz se representan con mucha ambigüedad (puntos, comas, exclamaciones, comillas, etc.). En segundo lugar, y más importante, está la sensación que haya recibido el emisor del texto en su propia persona al ocurrírsele la idea o el pensamiento que haya querido plasmar. Esta sensación es la más difícil de representar para el comunicador. Por ejemplo, al escribir este post, tengo multitud de sensaciones como desesperación, ira e impotencia que seguramente el receptor de este post no sienta o lo sienta de manera diferente. Es la interpretación de los textos lo que hace que muchas veces no se entienda bien o se malentienda lo que se quiere decir. Esto pasa tanto en el lenguaje hablado como en el escrito. Aquí está la habilidad comunicativa de cada uno para poder expresar lo más cercano posible lo que has sentido al haber representado tus pensamientos a los demás.

Hay personas que se le da mejor hablar o comunicarse mediante la voz y otras que necesitan de un papel para poder acercar sus pensamientos a los demás. Pero aunque el comunicador sea muy hábil y sepa transmitir la idea lo más definida y certera posible siempre existirá un grado de subjetividad en la interpretación que el receptor del mensaje percibirá y adaptará a su entorno o forma de ver esa idea.